El timo de la "Estampilla"

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Extracto del Artículo de Fernando G. Jaén Coll en www.rebelion.org http://www.rebelion.org/noticia.php?id=32257

Sólo puedo decir que estoy totalmente de acuerdo con lo que dice, porque cada uno es libre de hacer con su dinero lo que quiera, pero no podemos pedir que los demás se hagan cargo cuando la apuesta arriesgada sale mal.

"Es sabido que en Correos llaman corrientemente estampilla a los sellos que utilizamos para el franqueo de cartas y paquetes. Suele reservarse la palabra “estampita” para las reproducciones sobre papel de motivos religiosos en tamaño reducido. Aprovechándose de las creencias religiosas de personas inadvertidas o simplemente de su codicia, se daba el conocido “timo de la estampita”, que no debe confundirse con el actualmente famoso en España “timo de la estampilla”, aunque ambos tengan en causa común en la codicia y, a veces, en la ignorancia concomitante.

Que este timo haya entrado por la considerada noble puerta de la filatelia, que es, según el Diccionario de la Real Academia Española, afición a coleccionar y estudiar sellos de correos (proviniendo del griego, de “filo” y de otra palabra que se traduce por “exención de impuestos”), no varía su causa, que para mí es de orden moral y económico, sin que vaya yo a entrar en consideraciones jurídicas, pues no podría mejorar las querellas presentadas por la Fiscalía Anticorrupción contra AFINSA y contra FÓRUM FILATÉLICO, presentadas ante el Juzgado Central de Instrucción Decano de la Audiencia Nacional el 21 de abril de 2006.
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os “afectados” no lo serían si se hubieran conformado con recibir un modesto dos por ciento como retribución de sus ahorros y los hubieran depositado en establecimientos del sistema financiero español (o de la “zona euro”) supervisado por el Banco de España (o su equivalente de la “zona euro”) y protegidos, hasta donde alcanza la cobertura del Fondo de Garantía de Depósitos de la Banca o de las Cajas de Ahorro (20.000 euros por titular y entidad, y la misma cifra como inversor).

Queriendo el pequeño ahorrador −y no tan pequeño, en este caso de las estampillas, por las cifras que se manejan y por más que cada cual se considere pequeño a la hora de clamar su desgracia− gozar de mejor remuneración de sus ahorros, debe asumir un riesgo, el riesgo de no obtener lo esperado o incluso el de perder lo puesto; no hace otra cosa, por poner un ejemplo extremo, cuando compra un billete de la lotería. En la gradación del riesgo está el busilis, pero no se olvide que Adam Smtih, reconocido como el fundador de la economía y citado con gusto por los liberales −por aquello de la mano invisible que gobierna el mercado−, no hacía concesiones al ser humano cuando escribía, en el año 1776, que “El éxito universal de las loterías es buena prueba de que los hombres sobrevaloran sus posibilidades de ganar.” (Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Primera edición en lengua castellana, 1988 oikos-tau, s. a.) Entre la lotería y la seguridad absoluta de retribución, el sistema financiero ofrece una amplia gama de posibilidades al ahorrador, con mayor o menor certidumbre, con mayor o menor interés y con garantía total o parcial del capital invertido, pero es el ahorrador quien elige y de su cuenta deben correr las consecuencias mientras las Administraciones públicas cumplan con las leyes y no sean causantes directos del perjuicio.
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No hay razón alguna para que la sociedad, a través de los poderes públicos, compense a quien ha querido lucrarse sin tomar las debidas precauciones. Ningún jugador puede solicitar ni que cambien las reglas del juego porque él haya perdido ni que se le restituya lo perdido. Aquellos que han invertido sus ahorros en bienes inmuebles no les cabe esperar compensación alguna por desvalorización de los mismos cuando explota la burbuja inmobiliaria. No puede esperar el inversor en acciones que algún poder público le restituya lo perdido.

En este timo de la estampilla se han concitado tres humanas debilidades: como motor, la codicia; como alimentador, la autocomplacencia transmutada en credulidad; y como coartada, la ignorancia."

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